Puede que a ti también, como a María, te dieran pánico los exámenes cuando eras niño. No es fácil tener siete años y sentir la presión de las calificaciones sobre tus pequeños hombros. Los monstruos bajo tu cama te amenazaban con colocarte la etiqueta de insuficiente y te comparaban con tus compañeros, como si en la vida fuese más importante superar a los demás que superarse a uno mismo.
¿Cómo de poderosa es la carga subconsciente que traemos los adultos que vivimos todo aquello? Difícilmente podemos medirlo, pero María dijo basta cuando llegó el momento de escolarizar a su hija. «Elegí la Pedagogía Waldorf por su compromiso con la infancia, por su seriedad a la hora de aplicar sus enseñanzas, por el contacto real y diario con la naturaleza y por su manera de fomentar el trabajo en equipo y transmitir la idea de superación personal», asegura.
Muchos padres y madres sentimos hoy haber crecido en el mundo de la prisa. Nos enseñaron que el que llega primero llega mejor, que lo importante era adquirir conocimientos, engullirlos casi sin masticarlos y sostenerlos hasta el momento del examen, porque luego ya daba igual si los perdías. Y cuando esto es así, ¿qué ocurre con los procesos cognitivos? ¿Qué papel juegan las emociones? ¿Queda la creatividad, como decía Ken Robinson, anulada en las escuelas?
Además de madre, María también es maestra y sabe de lo que habla. «En la pedagogía Waldorf, comparándola con otras pedagogías, el proceso de aprendizaje se traduce en una adquisición de contenido más significativa, ya que los alumnos trabajan sobre una misma materia durante un periodo de tiempo más prolongado, ayudándoles a asimilar conceptos presentados en diferentes formatos y atendiendo así a una enseñanza más personalizada y motivadora».
Ahora, tras ver la evolución de su hija durante 6 años en la Escuela Internacional Waldorf Sevilla Girasol, lo tiene mucho más claro. «Puedo observar la importancia que ella le da a la música en su vida personal, su ilusión por aprender cosas nuevas, por ir al colegio cada día y por participar en las tareas que se le proponen». La pequeña, que también se llama María, tiene solo diez años y es muy creativa, sabe valorar la importancia y la belleza de los colores y muestra una gran sensibilidad hacia la pintura.
Y es que en las Escuelas Waldorf las artes tienen un papel fundamental. A través de la manipulación de elementos naturales que respetan el entorno, les dan a los niños el espacio que necesitan para desarrollar su imaginación y creatividad, tanto dentro como fuera del aula.
Dice María que el miedo inicial a estar equivocada se disuadió en el momento en que vio a su hija progresar de manera tan respetuosa con su ritmo. «Sentí su emoción al aprender a leer, al escucharla hablar de su maestra en infantil y de su maestro en primaria, de sus compañeros, de los juegos que se promueven en la escuela, de la forma de enseñar, tan llena de empatía y respeto hacia la infancia. Y creo que como madre, esta es una de las decisiones más importantes en la vida de nuestros hijos».
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